Abuela tenía la manía de juntar cosas para futuras necesidades, para ese día de alambrecito urgente, de algún trapito caja o piolín. Veía el futuro a través de esas cosas que sólo ellas vislumbraba como de imprescindible utilidad. Así, cada pedazo de algo, cada deshecho, formaba su legión de sanadores de cosas que alguno había traumatizado por el mal uso.
La vieja y su chochera, la vieja que amontona porquerías, la vieja que de su galera hace salir el tornillo faltante y correspondiente tuerca, justo ella, la chiflada, la vizcacha que agarra cuanta porquería encuentra y la abriga en el galpón; ese galpón que es una mugrera, que cría cucarachas y ratones. Ella, que anda por la casa y molesta porque hay apuro de irse y ella está de vuelta. Ella, que ayer fue a dormirse no se a qué hora, porque decía que tenía por algún lugar eso que tanto yo buscaba, porque una vez levantó del patio algo semejante -que resultó ser justamente lo que se me había perdido por descuidado y ella, lo encuentra para mí y me lo deja sobre la mesa (no se a qué hora) para verme al otro día feliz; ella, la vieja de las inutilidades más preciadas, se fue a dormir después de buscar lo mío y ser recostó en su cama sin haberse dado cuenta de que entre los montones de cosas se le entreveró la vida y la perdió.
Desperdicios.
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